Cuando el otro invierno, el de las ideas, llega, las gotas de lluvia de las nubes de color, antes negras, hacen surgir luces escondidas para cegar los ojos cansados y llenarlos con los fuegos artificiales de la sentencia, los consejos y los miedos que entablillan las patas del ciempiés peregrino, transformando los roces y los esguinces en fracturas escayoladas y en amputaciones severas. Los tatuajes de las cicatrices viejas se abren en flor de herida infectada que supura y contamina con los fracasos de los no enfrentados a la eterna ofensa que sitúa en medio del camino los obstáculos del no quiero. Las rutas del no puedo, no debo, la posada del mañana, se llenan de los hombres imposibles y de las mujeres practicas; fuera, en la intemperie, los caminos con piedras se rellenan con los huesos de los caracoles y las carteras de los gusanos desahuciados.
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